El Señor nos invita a darle nuestros temores y miedos, nuestros problemas y dolores, como la muerte, la enfermedad, las culpas, etc., y nos dice "no teman, soy yo"; nos invita a confiar plenamente en Él.
Dios se manifista de muchas maneras, en el silencio, en la paz, en cada amanecer y anochecer, en cada momento en que hacemos oración viene a nosotros y nos repite nuevamente "no teman, soy yo".
Sin embargo, esos temores que tanto nos aquejan, esas culpas que nos tienen intranquilos, las tempestades que nos azotan, cada problema que llevamos arrastrando, muchas veces nosotros mismos lo provocamos. Pedro, al encontrarse en aquella barca azotada por el viento, tiene temor, pero también fe en Jesús cuando lo invta a caminar con Él sobre las aguas, pero esta fe no es muy fuerte en ese momento, a Pedro le entra la duda y desvía su mirada, comienza a hundirse y desesperado le pide a Jesús que lo salve, y el Señor, bondadoso y lleno de amor le extiende su mano para salvarlo y le dice "Hombre de poca fe, ¿Por qué dudaste?", a pesar de que Jesús le daba su mano, Pedro provocó su hundimiento al dudar, y eso mismo es lo que nos sucede a nosotros cuando enfrentamos las tempestades, olvidamos que hay Alguien que nos tiende su mano para ayudarnos, entramos en duda y el problema nos consume.
Aprendamos entonces a confiar en nuestro Seños, a dejarle nuestras culpas, nuestros problemas, nuestras quejas, que Él simplemente nos dice "no teman, soy yo" y sin duda esas tormentas desaparecerán una vez que nuestra fe esté puesta en Él.
Señor, te pedimos, arrodillados y arrepentidos, que extiendas tu mano hacia nosotros, nos tomes, nos sujetes y no nos sueltes, pues al caminar junto contigo nuestras tormentas han de desaparecer y no habrá viento alguno que pueda derribarnos. Amén.
Reyes 19; 9, 11-13.
Salmo 85 (84); 8-14 Muéstranos Señor tu misericordia.
Romanos 9; 1-5.
Mateo 14; 22-33.