Por medio de nuestros labios, a través de la oración,
podemos consagrarnos al Inmaculado Corazón de María, para que, por medio de
Ella, podamos llegar a su HIjo Jesucristo y obtener los favores y gracias que
necesitamos, pues la oración es el medio poderoso por el cual nuestras súplicas
son escuchadas, y más aún cuando contamos con el auxilio de la Madre de nuestro
Señor, quien ruega por todo aquel que bajo su amparo se ecomienda. Ella se une
a nuestras plegarias, y Él la escucha.
Para hacer la consagración, podemos hacer, con un corazón dispuesto, una de
estas oraciones:
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,
yo me entrego del todo a Ti,
y en prueba de mi filial afecto,
te consagro en este día y para siempre
mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón,
en una palabra, todo mi ser,
ya que soy todo tuyo, ¡oh Madre de bondad!,
guárdame y protégeme como hijo tuyo. Amén.
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,
yo me entrego del todo a Ti
y en prueba de mi afecto, con amor filial,
te consagro en este día
todo lo que soy, todo lo que tengo.
Guarda y protege, y también defiende
a este hijo tuyo.
Que así sea. Amén.
¿Por qué consagrarnos al Inmaculado Corazón de María?
Consagrarse a María significa ponernos en sus benditas manos y estar a su
servicio y disposición, tomar fuertemente su mano, como un niño toma la mano de
su madre, para no perdernos y dejar que ella nos guíe hacia su Hijo y Señor
nuestro, Jesús, sin condiciones y sin resistencia, sino con gran confianza y
fe, sabiendo que Ella conoce mejor el camino y que podemos dormir tranquilos en
sus maternales brazos.
Significa vivir permanentemente en su Inmaculado Corazón
y dejar que Ella actúe por medio de nosotros, es entregarle nuestras manos para
realizar toda obra de bien y misericordia, ayudando a los más necesitados;
nuestros pies para que guíe cada uno de nuestros pasos en nuestro caminar, para
que nuestra dirección sea hacia Jesús y no cambie hacia otro rumbo; nuestra
lengua y nuestros labios para que hable por nosotros y aceptemos la voluntad de
Dios, así como ella lo hizo; nuestros ojos para que veamos en la dirección
correcta, para no quitar la vista de nuestro Señor; nuestros oídos para oír su
palabra, y nuestro corazón para amar a nuestros hermanos. En una palabra, es
vivir en unión total con María para que podamos llegar a Jesús por medio de
ella, pues por medio de ella Jesús vino a nosotros.