viernes, 18 de mayo de 2018

Jesús o Barrabás

De Barrabás poco se sabe. Era un preso famoso que en una sedición había cometido un homicidio, condenado por un motín y por un homicidio. ¿Era un bandido, un malvado, un terrorista o un nacionalista extremo? Poco importa, pero lo cierto es que se trata de un hombre para el cual cualquier medio vale con tal de conseguir sus fines, el contraste con Jesús inocente es más que notable. Barrabás va a ser comparado con Cristo, el pueblo podrá elegir al que juzgue mejor de los dos. Aquel hombre, sin proponérselo, se convierte en símbolo de lo que había dicho Jesús: el que no está conmigo, está contra mí.

Pilato ofreció una alternativa al pueblo: liberar a Jesús o liberar a Barrabás. ¿Por qué no los dos si realmente quiere salvar al inocente cercado por los envidiosos? El pueblo eligió a Barrabás en un acto que al principio parecía misericordioso, el mal se revestía de bien una vez más, pero acabó pidiendo la muerte del inocente Jesús; y la pidieron a gritos, para acallar mejor la voz de la conciencia.



Los hechos ocurrieron así: Pilato en vez de salir en defensa abierta del inocente, como era su deber y se lo dictaba la conciencia, no quiere enfrentarse con los sanedritas. Pretende una jugada política ingeniosa: que sea el pueblo quien libere a Jesús. Es muy posible que sus medios de información fuesen buenos y le constase que Jesús era bien visto entre la gente del pueblo. Pero Pilato era mal psicólogo, desconocía el corazón humano, ignoraba la hondura de la envidia de los enemigos del Señor, y desconocía también la debilidad del pueblo que, a pesar de sus palabras y de sus milagros, no se ha atrevido a creer decididamente a Jesús. Y los hechos sorprendieron al débil ignorante.

Así lo narran los Evangelios: En el día de la fiesta acostumbraba a soltarles uno de los presos, el que pedían. Había uno llamado Barrabás, apresado con otros sediciosos, que en una revuelta había cometido un homicidio. Mateo añade que era un preso famoso, y Juan dice que era ladrón.

Pilato debió pensar que la liberación de Jesús era segura, pues era patente la envidia de los acusadores, así como los delitos de Barrabás. El contraste entre Jesús bueno y muy querido por el pueblo con el delincuente Barrabás era muy grande. Lo lógico era que pidiesen la liberación de Jesús, Pilato pensaría que así conseguía quedar bien con todos sin comprometerse demasiado.

Todo cuadraba. Pero le faltaba un dato no pequeño, aquella no era una cuestión ordinaria sino de fe. Decidirse por Jesús significaba aceptar su mesianidad. Elegir a Barrabás no significaba nada y se volvía a dejar a Jesús en manos del odiado romano para que él decida condenarle o no. La perplejidad debió recorrer al pueblo por el inesperado giro que tomaban los acontecimientos. Tenían que elegir. Pilato había planteado la cuestión llamando a Jesús rey de los judíos y también el llamado el Cristo. La cuestión era clara no cabían medias tintas.

La multitud se debate en la perplejidad. ¿A quién elegimos? ¿qué dices tú, y tú?, ¿qué dicen los sacerdotes?, ¿y Anás? ¿y Caifás? Los sacerdotes y los príncipes de los ancianos toman partido claro contra Jesús, sus seguidores agitarían al pueblo. Pilato se retira y les deja tiempo para pensar; es entonces cuando su mujer le comunica que ha tenido un sueño intentando que dejase libre a ese justo. Pilato se inquieta. La muchedumbre se debate de un modo cada vez más apasionado.

Pero centrémonos en Barrabás. Algunos códices de los Evangelios recogen su nombre completo que sorprendentemente es Jesús Barrabás. La palabra Barrabás tiene dos posibles significados, una es "hijo del padre", otra es “hijo de nuestro maestro", curiosa coincidencia, como si la opción entre uno y otro fuese el signo de elegir entre el Padre Dios o el padre de la mentira. Por un lado está Jesús el Hijo de Dios vivo, el Mesías, el Rey que viene a traer la salvación del mundo; y por otro Jesús Barrabás simbolizando lo opuesto a Dios. Con criterio sobrenatural se podía solucionar muy correctamente la cuestión. Por justicia se concede la libertad al inocente, y por misericordia se indulta al culpable. Plantear la elección como si fuesen iguales es una injusticia, pues es como elegir entre un inocente y un culpable o más radicalmente elegir entre Dios o el hombre. Lo correcto es elegir a Dios y al hombre. Pero la debilidad de Pilatos y la incredulidad de los judíos llevaron a una alternativa llena de riesgos y de trampas.

¿Qué pensó Barrabás en ese momento? No es difícil imaginar cuanto deseaba ser indultado. Confiaría en sus amigos, los cuales se levantaron con él en la sedición contra los romanos. No pensaría mucho en la inocencia de Jesús, sino en ese indulto que dependía del capricho de las masas o de la habilidad de sus amigos. Pero pensaría también en sus muchos enemigos, en aquellos que habían sido víctimas de sus robos. Por otra parte, miraría a Jesucristo, bien sabía que sólo hacía cosas buenas, conocería sus milagros, quizá pensase que entraba dentro de lo posible que hiciese un prodigio y todas sus esperanzas se desvaneciesen. Este que se llamaba el Cristo tenía muchos amigos, pero éstos no habían aparecido. Miraría con ardor a la multitud que se congregaba cada vez en mayor número ante el pretorio, y se sorprendería del silencio del llamado Cristo.

Los minutos pasaban, la muchedumbre se va decantando poco a poco hacia Barrabás. Hasta que Pilato vuelve al sitial de justicia y pregunta ¿A quién queréis que os suelte?;parece convencido de que su juego político le hará salir bien de aquel embrollo, pero escucha con asombro que ellos dijeron: A Barrabás. La primera elección está hecha; piden la libertad de un preso, pero en realidad están pidiendo la ejecución de un inocente. Pilato queda desconcertado, no puede creer lo que oye: piden la libertad de un criminal en lugar de un inocente, el mismo que siempre les hizo tanto bien, y entonces lanza la inútil segunda pregunta, manifestación de su debilidad: ¿Qué haré entonces con Jesús, el llamado Cristo?

Lo que tenía que hacer estaba claro: dejar a Cristo libre, pero una cuestión mal planteada no tiene fácil arreglo. Y la muchedumbre grita con furor, pues no quiere reconocer a Cristo como el Mesías e intuye la debilidad de carácter de Pilato gritan para doblegarle pues no quieren que salgan a la luz las verdaderas razones: Crucifícale, crucifícale.

Pilato no saldría de su asombro. Más lógico sería la petición de dar libertad a los dos, o que siguiese el juicio, o que le arreste, o cualquier otra pena; pero pedir la muerte más ignominiosa es demasiado, no puede creerlo. Como si la lógica fuese muy frecuente en los humanos cuando se da una cuestión importante. Por eso por tercera vez les dijo: 'Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ninguna causa de muerte; así que le pondré en libertad después de castigarlo". Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuese crucificado y sus voces se imponían. Lo que empezó con un indulto sagaz, sigue con gritos de muerte y continúa con grandes voces que intentan acallar con rabia la voz de la conciencia.

Pilato descubrió tarde que había cedido demasiado, había transigido contra la justicia, y ahora se encontraba con una masa enfurecida incapaz de entrar en razón. Empezó con la debilidad de jugar con la política y con los cálculos humanos y acabó con un pecado grave. Todavía podía recurrir a la fuerza y actuar según la justicia, pero no lo hace: ha tenido demasiadas debilidades. La multitud lo mismo: empezó con duda y perplejidad, cedió un poco a los agitadores y una vez hecha la primera cesión siguió la locura de pedir la crucifixión para el Maestro bueno. Estos son los hechos.

“No dramaticemos interesadamente algo muy sencillo y cotidiano, que no es más teatral que la vida misma: debidamente interrogados por el que manda, que se declara neutral y se lava las manos, con plena libertad de elegir -vosotros lo habéis querido-, se dice sí al malhechor y se condena al Justo. No hay que darle más vueltas, lo importante no es Barrabás, sino los que gritan su nombre”.

Jesús experimenta el desprecio de los suyos. Se desprecia a quien no se ama. Si antes hubo amor se puede llegar a odiar con una fuerza extraña. Jesús siente ese odio que antes fue amor en muchos y un dolor agudo entra en su alma. Jesús se ve despreciado por unos hombres a los que ama uno a uno, y también ve el abismo al que se arrojan aquellos que le rechazan.

Pero no miremos estos hechos como lejanos en la historia, como si no nos afectasen a nosotros. El pecado de todos y cada uno de los hombres es el que crucifica a Cristo. Aunque nos pese -y pido a Dios que nos aumente el dolor-, tú y yo no somos ajenos a la muerte de Cristo, porque los pecados de los hombres fueron los martillazos, que le cosieron con clavos al madero. El pecado mortal es la causa de la condena y Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la gravedad del pecado: ofender a Dios, matarlo, crucificarle.

El pecado más radical es el enfrentamiento cara a cara frente a Dios. Así fue el pecado de Satanás. Así es el pecado contra el Espíritu Santo. Entre los hombres es difícil encontrar un grado de malicia tan consciente, orgulloso, rebelde y radical. Lo más habitual es que el pecado se presente revestido de apariencias de bien. Esas apariencias engañan y llevan a la elección libre contra la Voluntad de Dios.
No se llega a un pecado mortal de repente, suele ir precedido de pecados veniales, de cesiones y omisiones. Una elección lleva a otra. Muchas elecciones seguidas crean una costumbre. La costumbre empuja a elegir según la inclinación que se ha creado en el alma. Esto es lo que ocurrió en la elección de Barrabás. Elegían la libertad de un desgraciado delincuente, pero detrás estaba la alternativa de rechazar la libertad de un inocente: el pecado se reviste de algo que se presenta como menos malo.

Ahí está la gravedad del pecado venial: inicia un proceso difícil de controlar. Un pecado venial es una ofensa leve contra Dios. Puede ser por la materia, por inadvertencia o por un consentimiento menos libre. Pero todo pecado venial es una elección contra Dios; éste es el problema. Primero es uno, luego varios, luego se adhiere una costumbre equivocada, se instala la tibieza en el alma, y deslizándose por ese plano inclinado van aumentando las desviaciones, hasta que la telaraña del pecado mortal apresa al incauto, que no supo cortar a tiempo los hilillos que acaban quitándole la vida de la gracia al aumentar su número y su red de compromisos.

Santa Teresa enseña que cuando no sintáis disgusto por una falta que se haya cometido, hay que temer siempre porque el pecado, aunque sea venial se debe sentir con dolor hasta lo profundo del alma. Por amor a Dios, procura con toda diligencia de no cometer jamás un solo pecado venial, por pequeño que sea. ¿Qué cosa puede ser pequeña siendo ofensa de una tan grande majestad? Hay una gran sensibilidad en sus palabras. Cabe pensar que es cuestión de personas muy avanzadas en el camino de santidad, pero no es así, ¿acaso no ocurre lo mismo en los amores humanos? ¿no duele una mala cara, o un olvido, o un desprecio, o no ser amado como se esperaba, o ser abofeteado por el propio hijo? Si se piensa que sólo es cosa de seres especiales, será porque tampoco se valora el amor o los desprecios de los seres queridos, o ya se vive alejado de Dios.

El pecado venial disminuye la caridad, introduce la tibieza, debilita las fuerzas del alma. Hiere en aquello en que se peca. Tráeme una persona que ame y entenderá lo que digo decía San Agustín y añadía: Dame un varón de deseos, a uno que tiene hambre, a uno que va peregrinando, y siente la sed del desierto y suspira por la fuente de la patria eterna, tráeme a ese hombre y entiende lo que digo. Pero si hablo con un hombre frío no sabe lo que hablo.

La lucha debe ponerse incluso en superar las imperfecciones. El hombre con ansia de amor quiere evitar lo que sea desamor o imperfección, y los pecados veniales son peores que las imperfecciones. Sería un error no preocuparse en los pecados veniales por el hecho de no tener como pena el infierno con sus penas eternas. Es cierto que no se va al infierno quien muere sólo con pecados veniales, pero también lo es que necesitará la purificación del purgatorio, y que el pecado mortal puede entrar, de una manera traicionera, por el portillo que han abierto los pecados veniales, activos como virus o parálisis progresiva.

Newman veía así la malicia de los pecados veniales: ¡Dios mío, qué pago te damos los hombres, y yo en particular, con el pecado! ¡Qué horrible ingratitud la nuestra! Tú tienes derechos sobre mí: te pertenezco completamente, Dios mío. Eres el Creador Todopoderoso: yo soy obra de tus manos y propiedad tuya... mi único deber es servirte. Reconozco, Dios mío, haber olvidado, todo esto. son innumerables las veces que he obrado como si fuera dueño de mí mismo, portándome como un rebelde, buscando no la tuya sino mi propia satisfacción. Me he endurecido hasta el punto de no darme cuenta ya de mi error, de no sentir ya horror al pecado, de no odiarlo ya y temerlo, como debiera. El pecado no produce en mí ni aversión ni repugnancia: al contrario, en lugar de indignarme como de un insulto dirigido a ti, me tomo la libertad de juguetear con él, y aunque no llego a pecar gravemente, me adapto sin gran dificultad a faltas más leves. ¡Dios, que espantosamente distinto estoy de como debiera ser!

Barrabás es un hombre que se cruzó en la vida Cristo. Fue utilizado por un hombre débil y salvado por hombres también débiles. Su salvación llevó a los que le defendían al pecado gravísimo de condenar a un inocente. Pilato y el pueblo no rechazaron las componendas con el mal y cayeron en acciones repugnantes para cualquier conciencia, y más para ellos que sabían bien lo que hacían.

Señor, que no elija a nada ni nadie antes que a Ti, que aborrezca el pecado venial.

Fuente: Wanadoo.


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