San Francisco Marto y Santa Jacinta Marto, Hijos de Manuel de Jesús y Olimpia Marto, quienes
junto a su prima Lucía, vieron a la Virgen en varias ocasiones en 1917 en Cova
de Iría, cerca de Ajustrel y de Fátima, en Portugal, eran niños
pastorcitos típicos del Portugal rural de la época. Nunca fueron a la escuela,
y trabajaban como pastores en conjunto con su prima Lucía.
Desde
muy temprana edad, Jacinta y Francisco aprendieron a cuidarse de las malas
relaciones, y por tanto preferían la compañía de Lucía, prima de ellos, quien
les hablaba de Jesucristo. Los tres pasaban el día juntos, cuidando de las
ovejas, rezando y jugando.
Entre
el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y Lucía, les fue
concedido el privilegio de ver a la Virgen María en el Cova de Iría. A partir
de esta experiencia sobrenatural, los tres se vieron cada vez más inflamados
por el amor de Dios y de las almas, que llegaron a tener una sola aspiración:
rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Virgen María. Es posible que
prolongados ayunos les hicieran adelgazar hasta el punto de que los hermanos
Jacinta y Francisco sucumbieran a la epidemia de la gripe que barrió Europa en
1918.
Conforme
sucedían las apariciones, el comportamiento de los dos hermanos se alteró. Francisco
dedicó si tiempo para consolar a Jesús por los pecados del mundo por medio de
sus oraciones, que para lo cual, prefería hacerlo solo; mientras Jacinta buscaba
salvar del infierno a tantos pecadores como fuera posible a través de la
penitencia y el sacrificio, como pedía la Virgen María.
Los niños no se limitaron únicamente a ser mensajeros del anuncio de la penitencia y de la oración, sino que dedicaron todas sus fuerzas para ser de sus vidas un anuncio, más con sus obras que con sus palabras. Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza las calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos días de prisión. Durante aquel momento tan angustioso en que fue amenazado de muerte por las autoridades de gobierno si no declaraban falsas las apariciones, Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana. Cuantas veces les amenazaban con la muerte ellos respondían: "Si nos matan no importa; vamos al cielo." Por su parte, cuando a Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, "No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso."
San Francisco Marto nació el día 11 de junio de 1908, era de carácter dócil y condescendiente. Le gustaba pasar el tiempo ayudando al necesitado. Todos lo reconocían como un muchacho sincero, justo, obediente y diligente.
Los niños no se limitaron únicamente a ser mensajeros del anuncio de la penitencia y de la oración, sino que dedicaron todas sus fuerzas para ser de sus vidas un anuncio, más con sus obras que con sus palabras. Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza las calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos días de prisión. Durante aquel momento tan angustioso en que fue amenazado de muerte por las autoridades de gobierno si no declaraban falsas las apariciones, Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana. Cuantas veces les amenazaban con la muerte ellos respondían: "Si nos matan no importa; vamos al cielo." Por su parte, cuando a Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, "No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso."
San Francisco Marto nació el día 11 de junio de 1908, era de carácter dócil y condescendiente. Le gustaba pasar el tiempo ayudando al necesitado. Todos lo reconocían como un muchacho sincero, justo, obediente y diligente.
Las
palabras del Ángel en su tercera aparición: "Consolad a vuestro
Dios", hicieron profunda impresión en el alma del pequeño pastorcito.
El
deseaba consolar a Nuestro Señor y a la Virgen, que le había parecido estaban
tan tristes.
En su
enfermedad, Francisco confió a su prima: "¿Nuestro Señor aún estará
triste? Tengo tanta pena de que El este así. Le ofrezco cuanto sacrificio yo
puedo."
En la
víspera de su muerte se confesó y comulgó con los mas santos sentimientos.
Después de 5 meses de casi continuo sufrimiento, el 4 de abril de 1919, primer
viernes, a las 10:00 a.m., murió santamente el consolador de Jesús.
Santa Jacinta Marto nació el día 11 de marzo de 1910, era de clara inteligencia; ligera y alegre.
Siempre estaba corriendo, saltando o bailando. Vivía apasionada por el ideal de
convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya
pavorosa visión tanto le impresionó.
Una vez
exclamó: ¡Qué pena tengo de los pecadores! !Si yo pudiera mostrarles el
infierno!
Murió santamente el 20 de febrero, de 1920. Su cuerpo reposa junto con el de su hermano, San Francisco, en el crucero de la Basílica, en Fátima.
Murió santamente el 20 de febrero, de 1920. Su cuerpo reposa junto con el de su hermano, San Francisco, en el crucero de la Basílica, en Fátima.
Jacinta y Francisco siguieron su vida normal después de las apariciones. Lucia empezó a ir a la escuela tal como la Virgen se lo había pedido, y Jacinta y Francisco iban también para acompañarla. Cuando llegaban al colegio, pasaban primero por la Iglesia para saludar al Señor. Mas cuando era tiempo de empezar las clases, Francisco, conociendo que no habría de vivir mucho en la tierra, le decía a Lucia, "Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús Escondido. ¿Qué provecho me hará aprender a leer si pronto estaré en el Cielo?" Dicho esto, Francisco se iba tan cerca como era posible del Tabernáculo.
Cuando
Lucia y Jacinta regresaban por la tarde, encontraban a Francisco en el mismo
lugar, en profunda oración y adoración.
De los
tres niños, Francisco era el contemplativo y fue tal vez el que más se
distinguió en su amor reparador a Jesús en la Eucaristía. Después de la
comunión recibida de manos del Ángel, decía: "Yo sentía que Dios estaba en
mi pero no sabía cómo era." En su vida se resalta la verdadera y apropiada
devoción católica a los ángeles, a los santos y a María Santísima. Él quedó
asombrado por la belleza y la bondad del ángel y de la Madre de Dios, pero él
no se quedó ahí. Ello lo llevó a encontrarse con Jesús. Francisco quería ante
todo consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. Durante las
apariciones, era esto lo que impresionó al joven.
Más que
nada Francisco quería ofrecer su vida para aliviar al Señor quien él había
visto tan triste, tan ofendido. Incluso, sus ansias de ir al cielo fueron
motivadas únicamente por el deseo de poder mejor consolar a Dios. Con firme
propósito de hacer aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier especie de
pecado y con siete años de edad, comenzó a aproximarse, frecuentemente al
Sacramento de la Penitencia.
Una vez Lucia le preguntó, "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?" Y él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor." Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."
Una vez Lucia le preguntó, "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?" Y él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor." Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."
A
través de la gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta,
tan ferviente en su amor a Dios y su deseo de las almas, fue consumida por una sed
insaciable de salvar a las pobres almas en peligro del infierno. La gloria de
Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes,
la necesidad y el amor por los sacramentos - todo esto era de primer orden en
su vida. Ella vivió el mensaje de Fátima para la salvación de las almas
alrededor del mundo, demostrando un gran espíritu misionero.
Jacinta
tenía una devoción muy profunda que la llevo a estar muy cerca del Corazón
Inmaculado de María. Este amor la dirigía siempre y de una manera profunda al Sagrado
Corazón de Jesús. Jacinta asistía a la Santa Misa diariamente y tenía un gran
deseo de recibir a Jesús en la Santa Comunión en reparación por los pobres
pecadores. Nada le atraía más que el pasar tiempo en la Presencia Real de Jesús
Eucarístico. Decía con frecuencia, "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo
que le tengo que decir a Jesús."
Con un
celo inmenso, Jacinta se separaba de las cosas del mundo para dar toda su
atención a las cosas del cielo. Buscaba el silencio y la soledad para darse a
la contemplación. "Cuánto amo a nuestro Señor," decía Jacinta a
Lucia, "a veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no me quema."
Desde
la primera aparición, los niños buscaban como multiplicar sus mortificaciones
No se
cansaban de buscar nuevas maneras de ofrecer sacrificios por los pecadores. Un
día, poco después de la cuarta aparición, mientras que caminaban, Jacinta encontró
una cuerda y propuso el ceñir la cuerda a la cintura como sacrificio. Estando
de acuerdo, cortaron la cuerda en tres pedazos y se la ataron a la cintura
sobre la carne. Lucia cuenta después que este fue un sacrificio que los hacia
sufrir terriblemente, tanto así que Jacinta apenas podía contener las lágrimas.
Pero si se le hablaba de quitársela, respondía enseguida que de ninguna manera
pues esto servía para la conversión de muchos pecadores. Al principio llevaban
la cuerda de día y de noche, pero en una aparición, la Virgen les dijo:
"Nuestro Señor está muy contento de vuestros sacrificios, pero no quiere
que durmáis con la cuerda. Llevarla solamente durante el día." Ellos
obedecieron y con mayor fervor perseveraron en esta dura penitencia, pues
sabían que agradaban a Dios y a la Virgen. Francisco y Jacinta llevaron la
cuerda hasta en la última enfermedad, durante la cual aparecía manchada en
sangre.
Jacinta
sentía además una gran necesidad de ofrecer sacrificios por el Santo Padre. A
ella se le había concedido el ver en una visión los sufrimientos tan duros del
Sumo Pontífice. Ella cuenta: "Yo lo he visto en una casa muy grande,
arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha
gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas."
En otra ocasión, mientras que en la cueva del monte rezaban la oración del
Ángel, Jacinta se levantó precipitadamente y llamó a su prima: "¡Mira! ¿No
ves muchos caminos, senderos y campos llenos de gente que llora de hambre y no
tienen nada para comer... Y al Santo Padre, en una iglesia al lado del Corazón
de María, rezando?" Desde estos acontecimientos, los niños llevaban en sus
corazones al Santo Padre, y rezaban constantemente por él. Incluso, tomaron la
costumbre de ofrecer tres Ave Marías por él después de cada rosario que
rezaban.
La
Virgen María no dejaba de escuchar las fervientes súplicas de estos niños,
respondiéndoles a menudo de manera visiblemente. Tanto Francisco como Jacinta
fueron testigos de hechos extraordinarios:
En un
pueblo vecino, a una familia le había caído la desgracia del arresto de un hijo
por una denuncia que le llevaría a la cárcel si no demostrase su inocencia. Sus
padres, afligidísimos, mandaron a Teresa, la hermana mayor de Lucia, para que
le suplicara a los niños que les obtuvieran de la Virgen la liberación de su
hijo. Lucía, al ir a la escuela, contó a sus primos lo sucedido. Dijo
Francisco, "Vosotras vais a la escuela y yo me quedaré aquí con Jesús para
pedirle esta gracia." En la tarde Francisco le dice a Lucia, "Puedes
decirle a Teresa que haga saber que dentro de pocos días el muchacho estará en
casa." En efecto, el 13 del mes siguiente, el joven se encontraba de nuevo
en casa.
En otra
ocasión, había una familia cuyo hijo había desaparecido como prodigo sin que
nadie tuviera noticia de él. Su madre le rogó a Jacinta que lo recomendará a la
Virgen. Algunos días después, el joven regresó a casa, pidió perdón a sus
padres y les contó su trágica aventura. Después de haber gastado cuanto había
robado, había sido arrestado y metido en la cárcel. Logró evadirse y huyó a
unos bosques desconocidos, y, poco después, se halló completamente perdido. No
sabiendo a qué punto dirigirse, llorando se arrodilló y rezó. Vio entonces a
Jacinta que le tomó de una mano y le condujo hasta un camino, donde le dejo,
indicándole que lo siguiese. De esta forma, el joven pudo llegar hasta su casa.
Cuando después interrogaron a Jacinta si realmente había ido a encontrase con
el joven, repuso que no pero que si había rogado mucho a la Virgen por él.
Ciertamente
que los prodigiosos acontecimientos de los que estos niños fueron protagonistas
hicieron que todo el mundo se volviese hacia ellos, pero ellos se mantenían
sencillos y humildes. Cuanto más buscados eran por la gente, tanto más
procuraban ocultarse.
Un día
que se dirigían tranquilamente hacia la carretera, vieron que se paraba un gran
auto delante de ellos con un grupo de señoras y señores, elegantemente
vestidos. "Mira, vendrán a visitarnos..." empezó Francisco.
"¿Nos vamos?" pregunta Jacinta. "Imposible sin que lo
noten," responde Lucía: "Sigamos andando y veréis cómo no nos
conocen." Pero los visitantes los paran: "¿Sois de Aljustrel?"
"Si, señores" responde Lucia. "¿Conocéis a los tres pastores a
los cuales se les ha aparecido la Virgen?" "Si los conocemos"
"¿Sabrías decirnos dónde viven?" "Tomen ustedes este camino y
allí abajo tuerzan hacia la izquierda" les contesta Lucía, describiéndoles
sus casas. Los visitantes marcharon, dándoles las gracias y ellos contentos,
corrieron a esconderse.
Ciertamente,
Francisco y Jacinta fueron muy dóciles a los preceptos del Señor y a las
palabras de la Santísima Virgen María. Progresaron constantemente en el camino
de la santidad y, en breve tiempo, alcanzaron una gran y sólida perfección
cristiana. Al saber por la Virgen María que sus vidas iban a ser breves,
pasaban los días en ardiente expectativa de entrar en el cielo. Y de hecho, su
espera no se prolongó.
El 23
de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta cayeron gravemente enfermos por la
terrible epidemia de bronco-neumonía. Pero a pesar de que se encontraban
enfermos, no disminuyeron en nada el fervor en hacer sacrificios.
Hacia
el final de febrero de 1919, Francisco desmejoró visiblemente y del lecho en
que se vio postrado no volvió a levantarse. Sufrió con íntima alegría su
enfermedad y sus grandísimos dolores, en sacrificio a Dios. Como Lucía le
preguntaba si sufría. Respondía: "Bastante, pero no me importa. Sufro para
consolar a Nuestro Señor y en breve iré al cielo."
El día
2 de abril, su estado era tal que se creyó conveniente llamar al párroco. No
había hecho todavía la Primera Comunión y temía no poder recibir al Señor antes
de morir. Habiéndose confesado en la tarde, quiso guardar ayuno hasta recibir
la comunión. El siguiente día, recibió la comunión con gran lucidez de espíritu
y piedad, y apenas hubo salido el sacerdote cuando preguntó a su madre si no
podía recibir al Señor nuevamente. Después de esto, pidió perdón a todos por
cualquier disgusto que les hubiese ocasionado. A Lucia y Jacinta les añadió:
"Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen
para que os lleve también pronto allá arriba." Al día siguiente, el 4 de
abril, con una sonrisa angelical, sin agonía, sin un gemido, expiró dulcemente.
No tenía aún once años.
Jacinta
sufrió mucho por la muerte de su hermano. Poco después de esto, como resultado
de la bronconeumonía, se le declaró una pleuresía purulenta, acompañada por
otras complicaciones. Un día le declara a Lucia: "La Virgen ha venido a
verme y me preguntó si quería seguir convirtiendo pecadores. Respondí que si y
Ella añadió que iré pronto a un hospital y que sufriré mucho, pero que lo
padezca todo por la conversión de los pecadores, en reparación de las ofensas
cometidas contra Su Corazón y por amor de Jesús. Dijo que mamá me acompañará,
pero que luego me quedaré sola." Y así fue.
Por
orden del médico fue llevada al hospital de Vila Nova donde fue sometida a un
tratamiento por dos meses. Al regresar a su casa, volvió como había partido
pero con una gran llaga en el pecho que necesitaba ser medicada diariamente.
Mas, por falta de higiene, le sobrevino a la llaga una infección progresiva que
le resultó a Jacinta un tormento. Era un martirio continuo, que sufría siempre
sin quejarse. Intentaba ocultar todos estos sufrimientos a los ojos de su madre
para no hacerla padecer mas. Y aun le consolaba diciéndole que estaba muy bien.
Durante
su enfermedad confió a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la
conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María"
En
enero de 1920, un doctor especialista le insiste a la mamá de Jacinta a que la
llevasen al Hospital de Lisboa, para atenderla. Esta partida fue desgarradora
para Jacinta, sobre todo el tener que separarse de Lucía.
Al
despedirse de Lucía le hace estas recomendaciones: ´Ya falta poco para irme al
cielo. Tu quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la
devoción al I.C. de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la
gente que Dios nos concede las gracias por medio del I.C. de María. Que las
pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el I.C. de
María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios la confió a Ella. Si yo
pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro en el
pecho, que me está abrazando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del
Corazón de María."
Su mamá
pudo acompañarla al hospital, pero después de varios días tuvo ella que
regresar a casa y Jacinta se quedó sola. Fue admitida en el hospital y el 10 de
febrero tuvo lugar la operación. Le quitaron dos costillas del lado izquierdo,
donde quedó una llaga ancha como una mano. Los dolores eran espantosos, sobre
todo en el momento de la cura. Pero la paciencia de Jacinta fue la de un
mártir. Sus únicas palabras eran para llamar a la Virgen y para ofrecer sus
dolores por la conversión de los pecadores.
Tres
días antes de morir le dice a la enfermera, "La Santísima Virgen se me ha
aparecido asegurándome que pronto vendría a buscarme, y desde aquel momento me
ha quitado los dolores. El 20 de febrero de 1920, hacia las seis de la tarde
ella declaró que se encontraba mal y pidió los últimos Sacramentos. Esa noche
hizo su última confesión y rogó que le llevaran pronto el Viático porque
moriría muy pronto. El sacerdote no vio la urgencia y prometió llevársela al
día siguiente. Pero poco después, murió. Tenía diez años.
Tanto
Jacinta como Francisco fueron trasladados al Santuario de Fátima. Los milagros
que fueron parte de sus vidas, también lo fueron de su muerte. Cuando abrieron
el sepulcro de Francisco, encontraron que el rosario que le habían colocado
sobre su pecho, estaba enredado entre los dedos de su manos. Y a Jacinta,
cuando 15 años después de su muerte, la iban a trasladar hacia el Santuario,
encontraron que su cuerpo estaba incorrupto.
El
proceso de beatificación de los dos hermanos, Francisco y Jacinta, fue
formalmente iniciado el 30 de abril de 1952, y culminado el 13 de mayo de 1989,
cuando el papa Juan Pablo II aprobó las virtudes heroicas de los niños
reconociéndoles como venerables.
Francisco
y su hermana Jacinta fueron beatificados por el papa Juan Pablo II el 13 de
mayo de 2000, durante su visita al Santuario de Fátima y en presencia de la
otra vidente, Lucía dos Santos. Su conmemoración se celebra el 4 de abril.
El 1 de
mayo de 2009, en la peregrinación nacional de Acólitos de Portugal al Santuario
de Fátima, Francisco fue oficialmente proclamado patrono de los acólitos
portugueses.
El
proceso de canonización fue oficialmente abierto el 14 de febrero de 2004,
siendo canonizado por el Papa Francisco el 13 de mayo de 2017.
El
cuerpo de Francisco se venera en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de
Fátima, uno de los edificios que conforman el complejo del Santuario de Fátima.